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Milagros de Lourdes / Pieter de Rudder

Por Prof. Georges Bertrin

En 1875, en el borde de un bosque perteneciente al vizconde du Eus de Gisignies, vivía en Jabbeke, un labrador desafortunado que incitaba la compasión de toda la vecindad.

Vivía en una humilde casa de campo con su esposa y sus dos hijos, uno pequeño de tres años y una chica de quince. Su nombre era Pieter de Rudder. El vizconde le daba todo lo necesario y le dejaba vivir en su propiedad, porque el pobre hombre era incapaz de ganarse el sustento. Una de sus piernas se había fracturado en un accidente hacía unos ocho años. El resultado había sido dos úlceras abiertas y supurantes que se habían gangrenado.

El 10 de febrero de 1867, se encontró con dos leñadores, los hermanos Knockaert, que estaban cortando árboles en los alrededores de la mansión. Un árbol se había caído por accidente en un campo colindante. Los dos jóvenes trataban de desplazarlo al otro lado. Viendo la dificultad en la que se encontraban, de Rudder se ofreció a ayudarles. Su ayuda se aceptó gustosamente, comenzando a podar las ramas de un arbusto que se encontraba en el camino.

Justo en este momento le cayó el árbol encima, y el tronco le aplastó la pierna izquierda. El Sr. du Bus llamó inmediatamente al Dr. Affenaer de Oudenbourg. Este encontró los huesos de la pierna fracturados; tanto la tibia como el peroné se habían roto a poca distancia de la rodilla.

Para mantener los huesos en su sitio y que se volvieran a unir, el doctor vendó la extremidad con un vendaje almidonado. Sin embargo, unas pocas semanas después, el paciente, que sufría cruelmente, decidió quitarse las vendas. Se vio entonces que habían surgido nuevas complicaciones. Los extremos fracturados carecían de su periostio, y se encontraban sumergidos en materia debido a que se había formado una llaga gangrenosa en la zona de la fractura. Se había formado también una ulceración grande y purulenta en la parte posterior del pie.

Así, los huesos no solo no habían empezado a curar, sino que los tejidos musculares se encontraban en una condición horrible. Después de largos meses de cuidadosa asistencia, el Dr. Affenaer tenía pocas esperanzas de conseguir una cura. Era especialmente difícil aliviar la supuración, ya que los métodos antisépticos de Lister eran todavía poco conocidos.

Nunca se llama a tantos médicos como cuando la medicina es tan obviamente impotente. De Rudder visitó muchos doctores, y todos declararon su extremidad fracturada como incurable. Entre estos estaban el Dr. Jacques y el Dr. Verriest de Brujas, otro de Varssenaere y el Dr. van Hoestenberghe de Stalhille.

Finalmente, el vizconde du Bus decidió consultar al profesor Thiriart de Bruselas, con el resultado de que se estimó necesaria la amputación de la pierna. Pero de Rudder rehusó recurrir a esta medida extrema. Estuvo postrado en cama durante un año sufriendo una terrible agonía. Cuando se levantó, solo podía andar con la ayuda de muletas, porque no soportaba apoyar la pierna en el suelo. Lavaba las heridas dos o tres veces al día, y vendaba la pierna con vendajes de lino, lo que le causaba la más cruel tortura.

La peregrinación—La curación

Esta condición terrible duró ocho años y dos meses. Un día de Rudder (5 de abril de 1875) se presentó en la mansión de Jabbeke para pedir permiso al vizconde para hacer una peregrinación al santuario de Lourdes en Oostacker, cerca de Gante. Esta gruta, muy venerada por los belgas está modelada como la de Lourdes.

Ese mismo día (5 de abril), una joven que era la prima del vizconde y su futura esposa, se encontraba en la casa. La vizcondesa fue a Lourdes en Septiembre de 1904 y relató lo que sucedió en aquel entonces:

“De Rudder había deseado durante mucho tiempo ir a Oostacker, pero mientras vivió, mi tío rehusó darle permiso. Mi tío era muy liberal, y no creía en la posibilidad de un milagro. Así que le dijo a de Rudder que podía ser atendido por todos los doctores que quisiera pero no quería hacer el ridículo de dejarle ir a la peregrinación. Después de la muerte de mi tío, mi marido permitió de buen grado a de Rudder hacer su voluntad”.

El joven vizconde ciertamente no esperaba la curación del desafortunado, pero no le privaría del pequeño consuelo que pudiera obtener de la peregrinación. El día de partida se fijó para el 7 de abril.

Para apreciar lo que siguió, es necesario conocer exactamente la condición del enfermo en aquel momento. El Dr. Affenaer había extraído un trozo de hueso fracturado que se había alojado en los tejidos (en cirugía a esto se llama sequestrum). El resultado era que los extremos de los huesos fracturados estaban separados por una pequeña distancia. En enero, el Dr. van Hoestenberghe había visitado al paciente. En la investigación declaró:

“De Rudder tenía una herida en la parte superior de la pierna; en la base de la herida abierta se podían ver los dos extremos de los huesos separados como una pulgada. No había la más mínima apariencia de cicatrización. Pieter sufría mucho, y había padecido la pierna fracturada durante ocho años.

La parte inferior de la pierna se podía girar en cualquier dirección. El talón se podía elevar hasta casi doblar la pierna por la mitad. El pie se podía girar hasta que el talón estuviera delante y los dedos detrás. Todos estos movimientos solo estaban limitados por la resistencia de los tejidos musculares. Considerando la condición en que se encontraba la pierna cuando la vi, afirmo que no pudo, bajo ninguna circunstancia, haberse curado completamente en el tiempo entre mi visita y la peregrinación”.

De hecho, su condición no mejoró, como vamos a ver. Muchos testigos fiables vieron a de Rudder en el tiempo que transcurrió desde la visita del Dr. van Hoestenberghe y la peregrinación. El Dr. Verriest examinó al paciente poco después, y le encontró en el mismo estado que describe su colega. De nuevo más tarde, solo nueve días antes de la peregrinación, Jean Houtsaeghe, un barrilero de Stalhille, cerca de Jabbeke, vio la pierna de De Rudder.

“¿Qué vio?” se le preguntó en la investigación.
“Vi”, replicó, “una llaga tan grande como la palma de mi mano”.
“¿Estaban las vendas sucias?”
“Sí, con una sustancia ensangrentada que olía muy mal”.
“¿Pudo comprobar que la pierna estaba rota?”
“Sí, Pieter dobló la pierna de un modo que hizo que los dos extremos del hueso de la pierna se proyectaran hacia afuera”.
“¿Eran los dos extremos redondeados?”
“No, eran angulosos, como un objeto que se hubiera roto. Pieter me mostró como podía doblar el talón hacia adelante y los dedos hacia atrás. Tenía también una gran herida en el dorso del pie”.

El domingo 4 de abril, un granjero de Jabbeke, llamado Louis Knockaert, recibió una visita de De Rudder, y vio también lo que había visto Houtsaeghe.
El 5 de abril por la mañana, de Rudder fue a ver al Sr. du Bus. Allí le vio la futura vizcondesa, que describe la horrible dolencia que sufría:

“Estaba en la mansión de Jabbeke, cuando de Rudder entró con sus muletas. Solía venir muy a menudo a la casa a ver al vizconde Christian du Bus de Gisignies. Movida por la curiosidad, quise ver la pierna de De Rudder. Se quitó los vendajes de lino, que estaban saturados de pus y sangre. El olor era insoportable. Los últimos pliegues del vendaje estaban pegados a la herida, y no se podían desprender fácilmente. Ante esta visión instintivamente retrocedí”.

La tarde del mismo día, una vecina del enfermo, Marie Wittizacle, ayudó a de Rudder a revestir la herida, y vio también los huesos rotos. Los vio de nuevo al día siguiente, la víspera de la peregrinación, en compañía de otro vecino, van Hooren, y su hijo Jules van Hooren, que junto con ella pasó dos horas con Pieter de Rudder. Los tres firmaron la siguiente declaración:

“Los abajo firmantes declaran que el 6 de abril de 1875, vieron la pierna fracturada de De Rudder: las dos partes del hueso fracturado traspasaban la carne y están separados por una herida supurante de una pulgada de largo.

(Firmado) Jules van Hooren, Edouard van Hooren, Marie Wittizacle.

Jabbeke, 25 de abril, 1875”.

Durante la investigación se preguntó a Edouard van Hooren:

“¿Firmó Vd. este certificado?”
“Sí, firmamos el certificado”.
“¿Sabe lo que firmó?”
“Sí, sí, sin duda”.
“¿Fue realmente el día antes de la peregrinación cuando vio a de Rudder?”
“Si, el día anterior, por la tarde. Estaba en su casa con mi hijo y Marie Wittizacle”.
“¿Qué vio?”
“Pieter descubrió la pierna para vestirse, y la dobló para mostrarnos los dos extremos del hueso roto”.
“¿Los huesos no estaban unidos?”
“No, estaba como siempre la había visto, la pierna se podía girar y doblar en cualquier dirección”.

Tal era la condición del enfermo la tarde del 6 de abril. A la mañana siguiente partió antes de amanecer. El mismo vecino, van Hooren, se había levantado para desearle buena suerte. Después de unos pocos minutos de charla, Pieter de Rudder partió con su mujer.

Amanecía para él un día grande y memorable. Eran las cuatro, todavía de noche, y el corazón de Pieter ya se regocijaba mientras los primeros rayos de luz atravesaban el cielo, y la naturaleza despertaba en una bella mañana de primavera. Pero el camino era largo y difícil. Apoyándose en las muletas y ayudado por su esposa, el pobre hombre tardó más de dos horas en llegar a la estación, que se encontraba a una milla y media de distancia.
Mientras esperaba al tren descansó en la pequeña cabina del guarda junto a la estación.

Cuando llegó la hora de la partida, Pieter Blomme, el guarda, ayudado por dos o tres buenos hombres, le condujeron a un vagón. Viendo cómo se doblaba la pierna, Blomme no pudo evitar preguntar: “Pero ¿qué va a hacer a Oostacker con una pierna en ese estado? Mejor se quedaba en casa”. A lo que de Rudder replicó: “Otros se han curado en Oostacker; ¿por qué no yo?” En esto llegó el tren, y llevaron al paciente a un compartimento.

Tenían previsto bajar en Gante. Durante una parte del viaje, de Rudder y su esposa tuvieron como compañeros de viaje a Jean Duclos y su madre, que fueron también testigos de la horrible herida vista ya por tantos otros.

En Gante entraron en un autobús para Oostacker. El conductor, un tipo fuerte y grande, descendió a Pieter cuando llegaron a destino. Notó que la pierna se retorcía de la manera más extraordinaria.
“¡Mirad!” dijo a los que estaban mirando, “¡aquí un hombre que está perdiendo la pierna!” Pero cuando entró en el autobús ya no bromeó, porque el suelo se había manchado con sangre y materia. Desahogó su enfado delante de la Sra. de Rudder, que permaneció en silencio.

Por fin el paciente llegó a la Gruta de sus esperanzas y anhelos. Mientras se sentaba ante la estatua, algunos peregrinos que pasaban entraron en contacto con la pierna, causando que oscilara y haciéndole sufrir tremendamente. Pero estos sufrimientos serían los últimos.

Hemos visto la condición de la pierna de De Rudder hasta este momento. Totalmente incurable por medios humanos. Ahora era el momento en que iba a intervenir la Providencia.

A su llegada, de Rudder descansó un poco; luego, después de beber un poco de agua, dio dos vueltas por la Gruta. Trató de ir una tercera vez, pero estaba exhausto y lleno de fatiga. Se sentó, pues, en uno de los bancos, ante la estatua de la Santísima Virgen.

¿Cuál fue su oración? Sobre esto, habló a menudo después, especialmente a la vizcondesa du Bus. Comenzó pidiendo perdón por sus pecados; entonces suplicó a Nuestra Señora de Lourdes la gracia de poder ganarse el sustento de su esposa e hijos, para no verse obligado a vivir de la caridad.

Todo su ser se convulsionó por no sé qué revolución. Estaba desconcertado, tembloroso, agitado y fuera de sí mismo. Apenas sabiendo lo que hacía y olvidando sus muletas, sus constantes compañeras durante los últimos ocho años, se levantó sin ayuda, pasó entre las filas de peregrinos y se arrodilló delante de la estatua. De repente recuperó la serenidad, y se dio cuenta de que había caminado y estaba de rodillas.

¡Estoy de rodillas! exclamó ¿Dónde estoy? ¡O Dios mío! Se levantó de inmediato, radiante y alborozado, y comenzó devotamente a dar vueltas por la Gruta.
“¿Qué ha ocurrido? ¿Qué estás haciendo?” gritó su mujer, viéndolo caminar. De repente, se dio cuenta y se desmayó.

Los peregrinos se amontonaron alrededor de De Rudder asediándole a preguntas. Podía tenerse de pie, podía caminar. Sus dos piernas se asentaban firmes en el suelo y le soportaban fácilmente y sin dolor. Sus problemas habían terminado, ¡estaba curado! ¡Aleluya!

El milagro se hace manifiesto

Pocos minutos después, de Rudder y su esposa se encontraban en la mansión de la marquesa Alph. de Courtebourne, acompañados por muchos de los peregrinos.

Se examinó el miembro que había estado enfermo durante tanto tiempo. Con asombro y emoción, se descubrió que la pierna y el pie, ambos muy hinchados unos instantes antes, habían recuperado su tamaño normal, tanto es así, que el yeso y las vendas se habían caído por sí mismos. Las dos heridas habían sanado, y, maravilla de maravillas, ¡los dos huesos fracturados se habían unido a pesar de la distancia que los separaba! Estaban soldados firmemente, y las dos piernas eran iguales en todos los aspectos.

“Desde entonces”, preguntó el médico que realizó la investigación después, “¿ha podido caminar sin muletas?” “Sí, todo lo que he querido”.

A pesar de lo delicado del pie, tanto tiempo sin estar acostumbrado a la presión, Pieter de Rudder no escatimó lo más mínimo.

Al salir de la mansión de la marquesa de Courtebourne, regresó a la Gruta para volver a dar gracias, y dio tres vueltas por la gruta. Después, siendo ya hora de volver a casa, se apresuró para coger el autobús de Gante que estaba esperando. Por la noche, cuando salió del tren en Jabbeke, el portero Blomme lo miró asombrado.
“Pieter caminaba perfectamente”, dijo después, “y sin muletas”.
“Quizá su memoria no sea muy buena” dijo el examinador para probarle, “¿o tal vez estás exagerando?”
“Estoy bastante seguro de lo que digo”, respondió Blomme enfáticamente. "Mi memoria es muy segura, muy precisa, y no exagero en lo más mínimo”.

De Rudder causó aún más asombro de camino a casa, donde gradualmente se congregó una pequeña multitud. “¿Qué ocurre? preguntó el tonelero Houtsaeghe”. “Es de Rudder, que ha regresado de Oostacker curado”. “¡De Rudder curado! ¡Imposible! Sé el estado en que estaba su pierna. Lo vi con mis propios ojos”. “Me acerqué”, relata Houtsaeghe, “y vi a de Rudder en medio de la multitud; andaba perfectamente y sin muletas”.

El Sr. du Bus había ido a Bruselas con su prometida y su madre.
“Estábamos a la mesa”, relató la vizcondesa, en septiembre de 1904, en la Oficina Médica de Lourdes, “cuando, hacia las dos, recibimos un telegrama de uno de nuestros campesinos anunciando la maravillosa cura”. Al leer el cable, El vizconde quedó muy impresionado y dijo:

“Nunca he creído en milagros, pero si de Rudder está curado, es realmente un milagro, y creeré".
“Al día siguiente”,
continuó la Sra. du Bus, “al regresar a la mansión de Jabbeke, de Rudder se presentó ante toda la familia, completamente curado de su herida y andando perfectamente”.

Cuando de Rudder llegó a su casa, su hija Silvie lo abrazó sollozando. Muy temprano por la mañana, la niña había encendido una vela ante la imagen de Nuestra Señora. Y Nuestra Señora le trajo de vuelta a su padre caminando firmemente sobre sus pies, feliz y radiante.
El hijo pequeño, que nunca había visto a su padre sin muletas, no le reconoció en aquel hombre erguido y fuerte, caminando como todos los demás.

El pueblo entero se reunió al conocer la noticia. Los vecinos llegaron los primeros para ver con sus propios ojos lo que habían creído imposible, sobre todo van Hooren y su hijo, así como Marie Wittizacle, que había visto la pierna de De Rudder justo la noche anterior. Unos días más tarde firmaron la siguiente declaración:

“Declaramos que de Rudder regresó, el 7 de abril, de su peregrinación a Nuestra Señora de Lourdes en Oostacker, perfectamente curado. El hueso estaba soldado, la herida había desaparecido; de Rudder podía caminar tan bien como antes de su accidente”.

Este impactante milagro se convirtió en un acontecimiento público. En la iglesia parroquial se celebró una novena de misas cantadas. La iglesia se llenaba todos los días, asistiendo hasta 1500 personas de una población de 2000. Estos nueve días fueron como nueve domingos. Tanto las autoridades religiosas como las civiles, así como la gente principal de los alrededores, desearon conservar un testimonio autentificado de este maravilloso suceso. Así que recopilaron el siguiente documento:

"Nosotros, los abajo firmantes oriundos de Jabbeke, declaramos que la tibia de Pieter Jacques Rudder, originario y residente de este lugar, de cincuenta y dos años, estaba tan fracturada por la caída de un árbol, el 16 de febrero de 1869, que, habiendo sido agotados todos los recursos de la cirugía, el paciente fue desistido y declarado incurable por los médicos, y considerado como tal por todos los que lo conocían; que invocó a Nuestra Señora de Lourdes, venerada en Oostacker, y que volvió curado y sin muletas, de modo que podía hacer cualquier tipo de trabajo igual que antes de su accidente. Declaramos que esta súbita y admirable curación tuvo lugar el 7 de abril de 1875.

Firmado:

L. Slock, sacerdote.
Aug. Rommelaere, cura.
D'Hoedt, alcalde.
Ago. Stubbe, concejal.
P. Maene, regidor.
G. Sanders, presidente del Consejo de Administración de la Iglesia.
Charles de Cloedt, miembro del Consejo Municipal, párroco.
F. Demonia, tesorero de la iglesia.
T. Callewaert, secretario.
P. de Sorge.
J. de Simpel, consejero municipal.
L. Boutin Perloot.
Vizconde du Bus de Gisignies, senador.
(Sello Municipal.)

Jabbeke, 15 de abril de 1875”.

Entre los firmantes se debe notar la del senador vizconde du Bus, que como ya se ha dicho, no creía en los milagros, y el de P. de Sorge, librepensador, que al morir recibió un entierro civil. Por lo tanto, estos testigos son irrefutables. Además, su testimonio es confirmado por los médicos.

Al oír que su paciente había recuperado la salud, el Dr. Aflenaer vino apresuradamente desde Oudenbourg temprano la mañana del 8 de abril, es decir, al día siguiente de la cura. De Rudder no estaba en casa. Volviendo de la iglesia, se había detenido en casa del Sr. Charles Rosseel. Fue aquí donde el doctor lo encontró. Examinó la pierna cuidadosamente y le impactó especialmente el encontrar el lado interno de la tibia perfectamente liso en el lugar donde se había encontrado la fractura.
Varias personas estuvieron presentes en el examen. El doctor Affenaer no pudo superar la emoción, grandes lágrimas cayeron de sus ojos, y exclamó:

“Está completamente curado, de Rudder; su pierna es como la de un bebé recién nacido. Los remedios humanos eran impotentes, pero lo que los médicos no podían hacer la Santísima Virgen lo ha hecho”.

Al día siguiente, 9 de abril, fue el turno del doctor van Hoestenberghe. Al oír las asombrosas noticias, él, así como el senador du Bus, se negó a creer. Pero todavía no era obstinado frente a los hechos, como algunas personas. Vino expresamente desde Stalhille a Jabbeke para investigar personalmente el asunto. Cuando llegó, Pieter estaba cavando en el jardín.
El médico se quedó atónito ante la vista, pues no creía en lo sobrenatural. Le rogó a su viejo paciente que entrara en la casa, para que lo pudiera examinar detalladamente.
Para demostrar la realidad de su curación, Pieter comenzó a saltar como un niño ante los ojos atónitos de su visitante. Con todo, este último lo examinó a fondo.
Encontró una cicatriz debajo de la rodilla y otra más grande en la parte posterior del pie, ambas pruebas tangibles de la enfermedad y de su cura. Pasó su dedo cuidadosamente por la superficie interior de la tibia y comprobó, como lo había hecho su colega, que la superficie donde se encontraba la factura era muy lisa. No había acortamiento ni cojera. Pieter estaba radical y completamente curado.
Enfrentado a esta prueba evidente de intervención divina, la noble mente del Dr. van Hoestenberghe no vaciló. Como el médico francés ya mencionado, dijo, aunque con otras palabras: “veo, creo”.

Tampoco fue el único que abrió los ojos con esta maravillosa curación. Vivía en Jabbeke un escéptico llamado De Weisch. En presencia de una prueba tan evidente de lo sobrenatural, declaró que la incredulidad le era imposible, y que debía aceptar la enseñanza de la Iglesia. A partir de entonces, permaneció un ferviente creyente.

Pero el que estaba más sorprendido y tocado era el conductor del autobús de Gante a Oostacker. Era un escéptico. Sin embargo, cuando oyó que el enfermo con la pierna rota que había llevado por la mañana, una hora después había recuperado repentinamente el uso de sus extremidades, y había recuperado completamente la salud, su escepticismo desapareció. Se convirtió y permaneció cristiano.

En una palabra, esta curación fue una lección sorprendente de fe para el beneficio de muchos. Alrededor de veinte años más tarde alguien le preguntó al Sr. le Curé de Jabbeke:

“¿Hay algún escéptico en su parroquia, o alguien que no practique la religión?”
Y el cura respondió: “No, no hay ni uno”.

Dieciocho años después de estos acontecimientos, a finales de 1892, un médico belga a quien esta curación le interesó profundamente, decidió abrir una investigación para que se pudiera estudiar el asunto con absoluto rigor científico. Casi todos los testigos aún vivían, también de Rudder, que mostraba una gratitud muy viva a su benefactora celestial.

La vizcondesa du Bus declaró:

“Después de su curación, le mantuvimos quince años como jornalero. Cada vez que lo encontrábamos estaba recitando su rosario. Edificaba a todo el mundo.
Era sin embargo un esmerado trabajador, cuya actividad requería moderación debido a su avanzada edad. Solía regresar a Oostacker con mucha asiduidad y con una alegría que nunca disminuyó. Hizo hasta 400 peregrinaciones en acción de gracias por su curación”.

Estaba por lo tanto todo a mano para poder hacer una investigación exhaustiva, y el Dr. Royer de Lens-Saint-Rémy emprendió la tarea. Tenía la intención de hacerlo con una severidad que no dejara el menor lugar de duda. Con este fin escribió al Dr. Mottait de Hannut, conocido por su integridad y su ciencia, aunque también por su escepticismo, pidiendo su colaboración:

“Dic. 16, 1892.

Muy Honorable colega, le envié los Anales de Lourdes este último octubre, para que pudiera leer el relato de la cura de De Rudder.
Me gustaría pedirle si, en aras de la verdad, se uniera a mí para hacer una nueva investigación y recopilar información precisa en vida de De Rudder.
Sus bien conocidas convicciones serán una garantía de fidelidad. Por esta razón dos personas de Huy me han hablado sobre el asunto y desean pagar todos los gastos de su viaje.
Iremos a Jabbeke para ver a los médicos que asistieron a Rudder.
Si tiene la bondad de aceptar mi propuesta, podemos discutir con detalle los mejores medios para llegar a la verdad.

Sinceramente, etc., Dr. Royer”.

El doctor Mottait parece que aceptó al principio, pero después de leer el relato de la curación, no se movió más con el asunto. En consecuencia, el doctor Royer se vio obligado a ir solo a Jabbeke.
Pero la Providencia vino en su ayuda enviándole el colaborador que necesitaba para garantizar la honestidad de la investigación y sus resultados, cualesquiera que fueran. En el tren se encontró con un respetable comerciante que iba a Brujas, por tanto cerca de Jabbeke. Habiendo comenzado una discusión religiosa, percibió que su compañero era un decidido escéptico.
Este era el hombre que necesitaba. Inmediatamente, le pidió que lo ayudara. El comerciante hablaba tanto flamenco como francés, y podía servir como intérprete.
Como estaba de vacaciones y era hombre honesto que no podía encontrarse con nada mejor que escudriñar este acontecimiento tan extraordinario, accedió a acompañar al médico.
Y como el señor Taffeniers (tal era el nombre del comerciante) era el único que conocía el flamenco, fue él, el librepensador, quien recibió los testimonios y los tradujo para el creyente.
Esto fue lo que sucedió. La evidencia aumentó, sirviendo para probar la realidad sobrenatural de los hechos investigados. El librepensador primero fue tocado, luego sacudido y finalmente convencido, teniendo la sinceridad de reconocerlo.
Esta fue una decidida confirmación del milagro. Se puede decir que ningún hecho histórico ha sido probado con más exactitud, más rigurosidad o con mayor riqueza de pruebas.

Después de su muerte

Todas las pruebas parecían haber sido tratadas, cuando la muerte de De Rudder trajo otra. Pieter de Rudder murió de neumonía a la edad de sesenta y cuatro años, veintitrés años después de su curación (22 de marzo de 1898).
El doctor van Hoestenberghe, que se había convertido por el milagro, deseaba ver los huesos de la pierna, obteniendo permiso para exhumar el cuerpo. Esto se hizo el 24 de mayo de 1899. El médico amputó las dos piernas por la articulación de la rodilla.
Así, un examen post-mortem confirmó todas las pruebas ya presentadas, como el lector puede comprobar por sí mismo si examina las fotografías que se dan a continuación. Puede ver que la pierna izquierda (imagen derecha) muestra huellas evidentes de la doble fractura, y se repara de tal manera, que a pesar de la desviación de la porción superior de los huesos, que fueron forzados hacia atrás durante ocho años por los músculos flexores del muslo, el eje vertical del miembro izquierdo mantiene la misma dirección que el eje de la pierna derecha. Así, el peso del cuerpo era igualmente soportado por ambos lados. Además, a pesar de la eliminación de un fragmento óseo de la extremidad fracturada, las dos extremidades son de igual longitud.

El cirujano invisible que había condescendido a intervenir había hecho en un segundo lo que ningún otro podía haber hecho en muchos años, y lo había hecho, además, de forma admirable. Al mismo tiempo, para que ninguno pudiera ignorar el hecho, su mano había dejado la señal de la fractura como una prueba evidente de la operación divina.

Cinco años antes, al publicar su investigación, el Dr. Royer había adelantado ciertos puntos. Primero, dijo, que desde el 7 de abril de 1875 no había callosidades fibrosas, y que en esa fecha y mucho después debería haber existido una callosidad que uniera los extremos rotos, como en este caso de fractura con úlceras y separación de huesos. Pero había ocurrido todo lo contrario, porque los huesos se habían unido sin este intermediario. Además, aunque la pierna izquierda no había estado entablillada, después de curada, era tan recta como la otra pierna. Finalmente, a pesar de la pérdida de un trozo de hueso, y a pesar de que los huesos habían estado a una pulgada de distancia antes de la curación, después un miembro era tan largo como el otro.
Y el doctor agregó en conclusión:

“La duda sería irrazonable. Toda persona honesta debe reconocer la intervención sobrenatural en esta curación”.

Después de la autopsia, en 1899, el Dr. Royer firmó y publicó con dos de sus colegas, los doctores van Hoestenberghe y Deschamps, un artículo muy importante sobre el caso de Rudder (Revue des Questions scientifiques, octubre de 1899). Después de haber relacionado y probado severamente todos los hechos, los tres médicos demuestran que la curación no podía ser debida a fuerzas naturales. Esta conclusión se basa en una discusión científica de gran claridad y fuerza irresistible.

Declaraciones del Dr. van Hoestenberghe al Dr. Boissarie

Finalmente, citemos las declaraciones que uno de los autores ha hecho al Dr. Boissarie desde 1892. Nos darán un resumen rápido y auténtico de los principales hechos que hemos estado estudiando. En una primera carta, escrita el 21 de agosto de 1892, el Dr. van Hoestenberghe escribió:

“Mientras trabajaba, Pieter de Rudder tuvo una fractura con trituración de la tibia izquierda y del peroné. Su pierna fue aplastada por el tronco de un árbol que cayó sobre ella. Los fragmentos eran tan numerosos que, al menear los miembros, los huesos se oían hacer ruido.
La consolidación nunca tuvo lugar a pesar de muchos y de los mejores doctores que el conde du Bus llamó durante seis años. Condenado y abandonado por todos, este hombre estaba sin esperanza cuando tuve la oportunidad de examinar su pierna.
No es necesario dar una larga descripción: la parte inferior de la pierna, junto con el pie, literalmente oscilaban en el extremo del miembro, de modo que realmente podía doblar el talón más de una vez”.

Un poco más tarde, el 3 de septiembre, el mismo doctor escribió al presidente de la Oficina Médica:

“Cuando Pieter de Rudder fue en peregrinación, su pierna estaba fracturada y había andado con muletas durante más de ocho años. La parte inferior de la pierna y el pie suspendían como un colgajo.
Esa misma tarde, Pieter volvió bailando y sin sus muletas; había caminado varias millas, feliz de poder hacer un ejercicio del que había estado privado durante tanto tiempo.
Naturalmente que fui a verle, y, puedo decirle con confianza, que no creía en esta cura.
¿Qué encontré? Una pierna tan perfecta que, si no la hubiera examinado previamente, debería haber dicho que nunca había estado fracturada.
No había la menor irregularidad que se pudiera sentir a lo largo de la línea de la tibia, sino una superficie perfectamente flexible, de arriba a abajo. Todo lo que se podía ver eran algunas cicatrices superficiales en la piel”.

Como fue el año en que el Sr. Zola fue a Lourdes, el Dr. van Hoestenberghe dijo en la conclusión:

“Probablemente esta carta le encuentre con el señor Zola. Si así fuera, me alegraría que lo leyera y, si me lo permite, le diría estas pocas palabras: ‘Señor, yo era un incrédulo como usted; el milagro de De Rudder abrió mis ojos, hasta entonces cerrados a la luz. Todavía dudaba a veces, pero estudié la religión cristiana y rezaba. Ahora, puedo afirmar, por mi honor, que creo absolutamente, y que con la creencia he encontrado felicidad, y una paz interior como nunca antes había conocido’”.

Epílogo

Que estas sinceras palabras sean nuestras últimas. El Sr. Zola ya había abandonado Lourdes cuando llegaron, pero siguen siendo una notable lección para todos.

Que aquellos que tienen la desgracia de ser escépticos como el Dr. van Hoestenberghe, decidan hacer lo que él hizo. Deberían considerar los fenómenos sobrenaturales que tienen lugar en este mundo con una mente objetiva, sin temor a ver la verdad, y resueltos a permanecer abiertos cuando esta se presenta.

Al mismo tiempo deben pedir a Dios que les envíe la luz de la verdad, para que prueben la inefable alegría de la seguridad y la certeza. Cuando Dios se manifiesta, debe ser contemplado para ser visto; para ser escuchado, se le debe hablar.

LDVM
Publicado por Iñaki Gonzalo | Marzo de 2015
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