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Milagros de Lourdes / John Traynor

Por Rev. Patrick O'Conner

El viernes por la mañana, 10 de septiembre de 1937, me encontré cara a cara con un milagro. El lugar del encuentro era una bulliciosa estación de trenes en Francia.

El nombre del milagro era John Traynor. Le contemplé por primera vez mientras me desplazaba con mi maleta por el andén y le vi esperando para subirse al mismo coche en el que yo esperaba viajar. Era un hombre robusto, de 1.55 metros de altura, rubicundo, fuerte, vestido con un traje gris bastante arrugado, con su maleta de viaje, y que destacaba del gentío que le rodeaba. Estaban con él dos de sus pequeños y ocho o diez peregrinos irlandeses e ingleses de regreso a casa desde Lourdes.

John Traynor era un milagro porque según las leyes de la naturaleza, no debía haber estado allí de pie, fuerte y sano. Debería haber estado si acaso vivo, paralizado, epiléptico, hecho una masa de úlceras, deteriorado, con el brazo derecho atrofiado y con un agujero en el cráneo. Eso es lo que había sido. Ese es el modo en el que el conocimiento médico había tenido que dejarle después de haber hecho todo lo posible. Ese es el modo en que la ciencia médica había determinado que debería permanecer. Solo un milagro podía curarlo... y un milagro lo hizo.

Aquel día viajé con él en el tren unas diez horas y cuando me despedí de él en París esa tarde era con la certeza de que nunca le podría olvidar. Este gran irlandés de Liverpool era un personaje encantador, con una fe varonil y sólida, carente de todo rasgo de exageración; sencillo y humilde, pero sin embargo, un valiente y militante católico; con solo una educación primaria, pero con una mente clara enriquecida por la fe y preservada por una gran honestidad de vida. Sin embargo, no es debido a su personalidad por la que voy a recordarle, sino por la historia que me contó en nuestro largo viaje. La contó de un modo sencillo, sobrio, meticuloso, un relato que fue una gracia escuchar y una obligación recordar.

VERIFICADO

Poco después la puse por escrito y le envié mi versión para que la revisara. Laboriosamente y con la ayuda del Sr. John Murray, el viejo maestro que le había enseñado de niño en la escuela de St. Patrick, revisó el manuscrito, corrigiendo, rellenando huecos y añadiendo detalles. Hice revisar los archivos de los periódicos de Liverpool para encontrar la evidencia corroborativa de sus artículos.
Obtuve copias de las fotografías de periódico que se tomaron en el momento del milagro. Leí el informe oficial firmado por seis médicos, cuatro ingleses, uno francés y otro belga publicado por la Oficina Médica de Lourdes cuando habían transcurrido más de tres años para permitir el examen cuidadoso de todas las pruebas y establecer la permanencia de la curación.

Y ahora, esta es la historia de John Traynor.

* * *

John Traynor nació y se crió en Liverpool. Su madre irlandesa murió cuando todavía era muy joven, pero su fe, su devoción a la Misa, la Santa Comunión y su confianza en la Santísima Virgen permanecieron en él como recuerdo y fructífero ejemplo. “Ella recibía la comunión diariamente cuando pocas personas lo hacían”, me dijo.

EN LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

Cuando estalló la primera guerra mundial en 1914, Jack Traynor fue movilizado por la Royal Naval Reserve a la que pertenecía. Estuvo en la brigada naval que tomó parte en la fallida expedición de Amberes en Octubre de 1914, en el último batallón en retirarse. Estaba transportando a uno de sus oficiales a lugar seguro cuando fue alcanzado por metralla en la cabeza. No recobró la consciencia hasta cinco semanas después, cuando se despertó después de una operación en un hospital de la marina en Inglaterra. Se recuperó rápidamente y volvió al servicio.
En 1915, prestando servicio con el 1st Dublin Fusiliers como instructor físico fue miembro de la fuerza expedicionaria enviada a Egipto y a los Dardanelos.

El 25 de abril de 1915 tomó parte en el desembarco desde el vapor River Clyde en Gallipoli. Estaba al mando del primer bote en salir del barco y fue uno de los pocos que alcanzó la playa ese día. Desde sus posiciones sobre las escarpadas orillas de la playa los turcos barrieron el Clyde y los botes con fuego mortal. Las bajas fueron tan grandes que la operación fue suspendida hasta la noche. Todos los oficiales que habían participado en los desembarcos habían muerto, y Traynor se encontró al frente de unos 100 hombres refugiados en una trinchera. El Padre Finn, un capellán católico, se calló del segundo bote y murió. Traynor le arrastró por debajo del alambre de espinos y más tarde él y sus camaradas le enterraron en la orilla.

Después del crepúsculo, cuando habían desembarcado más oficiales y hombres, la pequeña fuerza comenzó a avanzar con graves pérdidas hasta las lomas de arena. La lucha encarnizada duró varios días. Traynor participó en la batalla sin ser herido hasta el 8 de mayo, cuando fue alcanzado por fuego de ametralladora durante una carga de bayonetas.

Parece que fue literalmente rociado con balas. Fue herido en la cabeza y en el pecho, y una bala le atravesó la parte superior del brazo derecho alojándose debajo de la clavícula.

Los cuerpos médicos le trajeron aturdido y sufriendo de vuelta a la playa, y le enviaron al hospital central en Alejandría, Egipto. Comenzaron entonces sus largos años de invalidez y como paciente de operaciones fallidas. Un cirujano inglés bastante conocido, Sir Frederick Treves, le operó en Alejandría en un intento de unir los nervios seccionados de la parte superior del brazo, los que la herida de bala había dejado paralizados e inservibles. El intento falló, al igual que falló otro intento de otro cirujano en el barco hospital que trasladó a Traynor de Alejandría a Inglaterra. En septiembre de 1915, en el hospital naval Haslar en Inglaterra se intentó otra operación con el mismo objeto y el mismo resultado.

Durante su estancia en el barco hospital Traynor sufrió su primer ataque epiléptico. Estos ataques se hicieron frecuentes.

INCURABLE

El cirujano general de la marina aconsejó la amputación del brazo paralizado, ya que parecía no haber esperanza de poder unir los nervios desgarrados y contraídos. Traynor no consintió. En noviembre de 1916 otro médico intentó suturar los nervios trayendo el número de operaciones fallidas a cuatro. Por entonces Traynor había sido liberado del servicio, al principio con una pensión del 80 y después del 100 por ciento por estar completa y permanentemente incapacitado. Tuvo que pasar meses en varios hospitales como un paciente epiléptico. En abril de 1920, un médico entendió que la epilepsia se debía probablemente a las heridas de la cabeza y operó el cráneo. No se sabe si encontró y eliminó restos de metralla, pero sí sabemos que la operación dejó a Traynor con un agujero abierto de 2.5 cm de ancho en el cráneo. A través de la abertura se podían observar las pulsaciones del cerebro. Se insertó una placa de plata para proteger el cerebro. La epilepsia no mejoró después de la operación. Los ataques eran muy frecuentes llegando a tener tres al día. Se le paralizaron parcialmente las dos piernas y casi todos los órganos del cuerpo de Traynor se encontraban deteriorados.

Una ambulancia le trajo de vuelta a Liverpool, donde vivía con su esposa e hijos en la casa de Grafton Street. “Éramos muy pobres”, me dijo. El Ministerio de Pensiones le proporcionó una silla de ruedas en la que se sentaba durante horas en el exterior de la casa. Tenía que ser movido de la cama a la silla y otra vez de vuelta.

El año 1923, el octavo después de ser herido en Gallipoli, le encontró viviendo esta existencia de invalidez. He contado los nombres de diez médicos por cuyas manos había pasado hasta entonces. El resultado de todos sus esfuerzos y exámenes fue comprobar que era totalmente incurable e incapacitado. Incapaz de permanecer de pie o caminar, sujeto a frecuentes ataques epilépticos, con tres heridas abiertas una de ellas en la cabeza, sin sensibilidad en el brazo derecho atrofiado, era ciertamente un desecho humano. Alguien consiguió que le admitieran en el hospital Mossley Hill para incurables el 24 de julio de 1923. Pero por esa fecha John Traynor tenía previsto encontrarse en Lourdes.

Lo que sigue es su propio relato, tal como lo escribí y él mismo revisó.

El RELATO DE JOHN TRAYNOR

Siempre había tenido una gran devoción a la Santísima Virgen, habiéndola adquirido especialmente de mi madre. Sentía que si el santuario de Nuestra Señora de Lourdes se encontrara en Inglaterra iría con frecuencia. Pero parecía ser un lugar lejano que nunca podría alcanzar.

El mes de julio de 1923 una vecina que vino a casa me contó un anuncio que se había hecho en nuestra parroquia. Se estaba organizando una peregrinación diocesana de Liverpool a Lourdes. El viaje costaba alrededor de trece libras. Un anticipo de una libra permitiría un lugar en la peregrinación.

Mi esposa se encontraba afuera en el patio y la llamé. Poco después descubrí que ya sabía lo de la peregrinación, pero había decidido no contármelo porque temía que querría ir. La dije que subiera al piso de arriba y cogiera una cajita en la que guardaba un soberano (antigua moneda de oro) que me había dado mi hermano y que guardábamos en caso de alguna emergencia. Me preguntó que quería hacer con él. Dije que se la quería dar a la Sra. Cunningham, una vecina, como el primer pago de mi billete a Lourdes. Mi esposa estaba muy preocupada, pero finalmente hizo como la indiqué y la vecina salió a hacerme la reserva.

Pocos días después, uno de los sacerdotes a cargo de la peregrinación vino a verme. Estaba preocupado con la idea de mi viaje y quería que cancelara la reserva.

“No puede hacer el viaje”, dijo. “Va a morir en el camino y traer problemas y dolor a todo el mundo”.

Mi respuesta fue que había hecho el primer pago, había reservado mi plaza y que ¡me iba a Lourdes!

Después de mucho hablar, dijo finalmente: “Bien, si el médico no da su aprobación no va a poder viajar. Si consigue un certificado médico, le llevamos”. Parece claro que pensaba que era imposible.

Pensé que mi médico aprobaría el viaje, pero se negó. Llamamos a varios médicos y todos dijeron que sería suicida. Cuando el Ministerio de Pensiones se enteró más tarde que había ido a Lourdes, hizo una fuerte protesta.

El sacerdote vino de nuevo a visitarme y enérgicamente me rogó que abandonase la idea. Me negué y al final conseguí que me permitiera ir sin un certificado médico. Para conseguir las doce libras que me faltaban vendimos algunas pertenencias y mi esposa empeñó las pocas joyas que poseía.

Por entonces ya se había extendido por todo Liverpool la noticia que este ex-soldado lisiado e imposibilitado quería ir a Lourdes, y los periódicos comenzaron a escribir sobre mí. Fui el centro de más atención de la que me hubiera gustado. Todo el mundo con la excepción de mi esposa y de uno o dos familiares me decía que estaba loco.

SALIDA HACIA LOURDES

Llegó el día de salida de Liverpool. Los peregrinos iban a viajar en dos trenes. Prepararme fue una tarea terrible. Apenas comprendía lo que suponía el viaje, y no tenía nada que pudiera llevar conmigo excepto los pocos chelines que sobraron después de pagar el billete. Mi esposa me levantó de la cama y mi hermano Francis me puso en la silla de inválido. Allí permanecí mientras los demás asistían a la Misa de las 4 a.m. en St. Malachy's. Entonces, nerviosos y tratando de no llamar mucho la atención me llevaron por las calles secundarias de Liverpool hasta la estación.

En la estación había una gran multitud de peregrinos y amigos. Mi caso era ya bien conocido debido a los periódicos y la gente comenzó a revolotear alrededor nuestro haciendo aún más difícil para mí poder llegar al andén. Sí que lo alcancé, ¡pero tarde! El primer tren estaba a punto de salir. El sacerdote director vino a mí con gran nerviosismo y dijo: “Traynor, ya es demasiado tarde, no podemos subirle al tren ahora, en nombre del cielo, tome esto como una señal de que no debe venir. Moriría de camino”.

Le dije: “Padre, he pagado mi billete y voy a Lourdes”.

Me dijo: “Morirá de camino”.

Le dije: “Entonces moriré en una buena causa”.

Había otro tren y dije que podían ponerme en el vagón del carbón o donde gustasen, siempre que me pusieran en el tren. Siendo obstinado finalmente conseguí mi objetivo, fui colocado en el segundo vagón en medio de algunas escenas de nerviosismo y confusión dando comienzo de este modo mi viaje a Lourdes.

En 1923, los acomodos de los enfermos en los peregrinajes ingleses a Lourdes no eran de ninguna manera tan buenos como lo fueron más tarde. La experiencia era muy penosa.

No recuerdo casi nada del viaje, excepto ver a un número de gente enferma en camillas junto a mí en los andenes, algunos sangrando, todos sufriendo. Creo que estuve muy enfermo durante el viaje. Intentaron sacarme tres veces del tren en Francia para trasladarme a un hospital porque parecía que me estaba muriendo. Como no había hospitales donde pararon tuvieron que seguir conmigo abordo.

EN LOURDES

Cuando llegamos a Lourdes el 22 de julio fui transferido con el resto de los enfermos al hospital Asile en el área de la Gruta. Estaba en una condición terrible, ya que mis heridas y llagas no habían sido vendadas de nuevo desde que dejé Liverpool.

Por entonces una chica protestante de Liverpool había venido al continente en un viaje de vacaciones. Cansada de los lugares habituales de interés turístico vino a Lourdes. Era una enfermera preparada, que viendo la gran cantidad de enfermos ofreció sus servicios para ayudar en el Asile. Sus padres en Inglaterra, contrariados por su decisión de permanecer como trabajadora voluntaria en Lourdes, enviaron a su hermana para que la acompañara. Cuando estas dos chichas bajaron a ver los peregrinos de Lourdes recordaron que me habían visto en mi silla de ruedas en casa, y se ofrecieron voluntarias para cuidarme. Acepté gustosamente su amable ofrecimiento. Lavaron y vendaron mis heridas y me cuidaron durante mi estancia en Lourdes.

La nuestra era una peregrinación grande de unas 1200 personas, incluyendo muchos sacerdotes dirigidos por el fallecido Arzobispo Keating de Liverpool. Pasamos seis días en Lourdes. Durante ese tiempo estuve gravemente enfermo con varias hemorragias y ataques epilépticos. De hecho, una mujer escribió a mi mujer diciendo que no había esperanza y que sería enterrado en Lourdes.

A pesar de mi condición conseguí ser bañado nueve veces en el agua de la Gruta y fui llevado a las diferentes devociones en las que participaban los enfermos. En la mañana del segundo día tuve un ataque epiléptico mientras era conducido a los baños. Sangré por la boca alarmando a los médicos. Les pude oír diciendo: “Mejor devolverlo rápidamente al Asile”.

Protesté diciendo: “De ninguna manera. He venido a ser bañado y no voy a volver”.

“Va a morir en el baño”, me dijeron.

“Muy bien”, dije. “Si es así moriré en un buen lugar”.

Frené la silla de ruedas sosteniendo la rueda con mi mano buena, la izquierda, y los voluntarios tuvieron que ceder. Me llevaron al baño y me lavaron del modo usual. Nunca he tenido un ataque epiléptico desde entonces.

EXAMEN MÉDICO

El 24 de julio, los médicos Azurdia, Finn y Marley que habían venido con la peregrinación examinaron a Traynor en Lourdes. Su declaración firmada está registrada. Testifica que le encontraron padeciendo de:

  1. Epilepsia (“Nosotros mismos vimos varios ataques durante su viaje a Lourdes”).
  2. Parálisis de los nervios radial, mediano y ulnar del brazo derecho.
  3. Atrofia de los músculos del hombro y pectoral.
  4. Un trépano (abertura) en la región parietal del cráneo; en esta abertura de aproximadamente 2.5 cm hay una placa de metal de protección.
  5. Ausencia de movimiento voluntario de las piernas y pérdida de sensibilidad.
  6. Falta de control del cuerpo.

Nos íbamos a ir el 27 de julio por la mañana. Llegó la tarde del 25 de julio y me encontraba tan mal como siempre. Se estaban realizando ya los preparativos para el viaje de vuelta. Felix Douly, un joven francés que solía venir al Asile vendiendo rosarios y medallas vino a nuestra sección, y me gasté los últimos chelines que me quedaban en pequeños souvenirs religiosos para mi esposa e hijos. Era el momento de prepararse para los baños.

MILAGRO

Me bajaron para esperar mi turno. Había muchos esperando para tomar el baño y todos queríamos terminar antes de la procesión del Santísimo Sacramento de la tarde que comenzaba a las cuatro. Llegó mi turno, y cuando estaba en el baño mis piernas paralizadas se agitaron violentamente. Los voluntarios se alarmaron de nuevo pensando que tenía otro ataque. Luché para ponerme de pie sintiendo que lo podría hacer con facilidad, y me preguntaba por qué todo el mundo parecía estar en mi contra. Cuando me sacaron del baño lloré de impotencia y agotamiento.

Los voluntarios me vistieron rápidamente, me pusieron en la camilla y me llevaron a la plaza en frente de la Iglesia del Rosario para esperar a la procesión. Casi todos los enfermos estaban ya alineados. Yo era el tercero por el final de la fila exterior, a la derecha según se mira a la Iglesia.

La procesión avanzó hacia la Iglesia desde atrás como usualmente. Al final caminaba el Arzobispo de Rheims llevando el Santísimo Sacramento. Bendijo a los dos enfermos que se encontraban delante de mí, y se acercó haciéndome la señal de la cruz con el Ostentorio. Me acababa de pasar cuando advertí que se había producido un gran cambio en mí. Mi brazo derecho que había estado muerto desde 1925 se agitó violentamente. Quité las vendas y pude santiguarme por primera vez en años.

Que recuerde, no tuve ningún dolor o visión. Simplemente comprendí que algo transcendental había sucedido.

Intenté levantarme de la camilla, pero los voluntarios me estaban vigilando. Supongo que tenía mala fama por mi obstinación. Me mantuvieron tumbado y un médico o enfermera me dio una hipo. Parece que pensaban que estaba histérico y a punto de montar una escena. Inmediatamente después de la Bendición final me llevaron rápidamente al Asile. Les dije que podía andar y lo demostré dando varios pasos. Estaba muy cansado y dolorido. Me pusieron de nuevo en la cama y después de un rato me dieron otra hipo.

(Los médicos Azurdia, Finn y Marley certifican que examinaron a Traynor al volver al Asile después de la procesión del Santísimo Sacramento. Al parecer, para ver si realmente podía andar como afirmaba. “Encontramos que ha recuperado el uso voluntario de las piernas; tiene movimientos reflejos; hay una intensa congestión venosa en ambos pies, que se encuentran muy doloridos; el paciente puede andar con dificultad”.)

Me mantuvieron en una pequeña sala en la planta baja. Como era un caso tan problemático, dejaron voluntarios a relevos para vigilarme y evitar que hiciera alguna tontería. Por la noche dejaron un voluntario de guardia en la puerta de la estancia. Había otros dos enfermos en la habitación, incluyendo uno que era ciego.

El efecto de las hipos comenzó a desaparecer durante la noche, pero no fui plenamente consciente de que estaba curado. Estuve despierto durante gran parte de la noche. Me encontraba a oscuras.

EL MILAGRO SE HACE MANIFIESTO

Las campanas de la basílica del Rosario repicaron el Ave María de Lourdes en las horas y media horas durante la noche como usualmente. Por la mañana temprano las oí tocar, y me parece que me quedé dormido al comenzar el Ave. Puede que solo fueran unos pocos segundos, pero con la última campanada abrí los ojos y salí rápidamente de la cama. Primero me arrodillé en el suelo para terminar el rosario que había estado recitando, y cuando terminé me dirigí hacia la puerta, aparté a los dos voluntarios y corrí por el pasillo hacia fuera. Había estado antes observando a los voluntarios y pensando cómo evitarlos. Debo decir que no había andado desde 1915 y mi peso había bajado a 51 Kg.

El Dr. Marley se encontraba en el exterior de la puerta. Cuando vio al hombre que había estado observando durante la peregrinación y cuya muerte había esperado, empujar a los dos voluntarios y salir corriendo de la habitación se quedó estupefacto. En el exterior me dirigí corriendo hacia la Gruta que se encuentra como a dos o trescientos metros del Asile. Por entonces este tramo de terreno se encontraba cubierto con grava, todavía no se había pavimentado, y yo estaba descalzo. Corrí todo el camino hasta la Gruta sin hacerme una sola marca o corte en mis pies descalzos. Los voluntarios corrían detrás de mí pero no pudieron alcanzarme. Cuando llegaron a la Gruta me encontraba de rodillas, con la ropa de dormir y rezando a Nuestra Señora dándole gracias. Todo lo que sabía era que se lo debía agradecer, y la Gruta era el lugar para hacerlo. Los voluntarios se quedaron detrás temerosos de tocarme.

La noticia empezó a extenderse a pesar de ser todavía temprano por la mañana. Después de haber rezado durante unos veinte minutos me levanté con la no muy agradable sorpresa de encontrar mucha gente alrededor de mí mirándome. Se apartaron para dejarme paso al dirigirme hacia el Asile. En el extremo de la plaza del Rosario se encuentra la estatua de Nuestra Señora con una corona. Mi madre siempre me había enseñado que cuando pides un favor a Nuestra Señora, o deseas rendirle algún honor especial debes hacer un sacrificio. No tenía dinero que ofrecer, ya que me había gastado los últimos chelines en rosarios y medallas para mi esposa e hijos, así que arrodillándome delante de la Santísima Virgen hice el único sacrificio que se me ocurrió. Decidí dejar de fumar. Durante todo este tiempo a pesar de saber que había recibido un gran favor de Nuestra Señora, no era todavía consciente de todas las dolencias de las que había sido curado.

Por entonces los hoteles de Lourdes se estaban vaciando, y una gran multitud de gente entusiasmada se había reunido frente al Asile. Cuando entré para vestirme no podía entender que estaban haciendo allí. Me vestí rápidamente, pero me mantuve alejado de la cama por miedo a que los médicos y voluntarios me trataran de nuevo como a un enfermo.

Fui al cuarto de aseo para lavarme y afeitarme. Había otros hombres delante de mí. Les di a todos los buenos días pero ninguno me respondió, simplemente me miraban como estupefactos. Me preguntaba por qué.

Todavía era muy temprano por la mañana cuando el Padre Gray, un sacerdote que no sabía nada de mi curación, entró en la sala donde me encontraba, y preguntó si alguien podía ayudar en la Misa. Respondí que yo lo haría gustosamente. Salí y le ayudé en la misa que ofició en la capilla del Asile. No me parecía extraño entonces que pudiera hacerlo a pesar de haber sido incapaz de andar y permanecer de pie durante ocho años.

Entré para desayunar en el comedor del Asile. Los otros hombres retrocedieron como si me tuvieran miedo. No podía comprender la situación ni entendía por qué la gente me miraba de esa manera. Después del desayuno, cuando intenté salir del Asile me encontré con una gran multitud en el exterior que se dirigía hacia mí. Retrocedí bastante desconcertado a un pequeño recinto.

El Sr. Cunningham vino a hablarme. Pude notar que le resultaba difícil controlar su emoción.

Dijo: “Buenos días, Jack. ¿Se encuentra bien?”

“Sí, Sr. Cunningham” respondí, “perfectamente”. Entonces pregunté: “¿Qué está haciendo toda esa gente ahí afuera?”

“Están ahí, Jack, porque están contentos de verle”.

“Bueno, es muy amable de su parte y me alegro de verlos pero deseo que me dejen solo”.

Me dijo que uno de los sacerdotes de la peregrinación, el que se había opuesto a que viniera, estaba deseoso de hablar conmigo. Como estaba en un hotel en la ciudad, el problema era como llegar hasta él con todo el gentío. Finalmente alguien consiguió un carruaje abierto en frente del Asile. El Sr. Cunningham y yo no sentamos en él, y el viejo conductor francés trató de emprender la marcha. Cuando el caballo había dado solo unos pocos pasos, una multitud se precipitó sobre el carruaje. El conductor tuvo miedo de seguir adelante y tuvimos que bajar y volver al Asile.

Finalmente, después de un ruego a la multitud conseguí pasar en otro coche que me condujo al hotel donde se encontraba el sacerdote. Me preguntó también si me encontraba bien. Estaba bastante sorprendido por la pregunta. Le dije que me sentía muy bien, gracias, y que esperaba que él también se encontrara bien. Se derrumbó y comenzó a llorar.

Ese día fue una locura de emociones y multitudes. Me daba la sensación que era el centro de atención de toda la gente de Lourdes.

Salimos en el tren de las nueve de la mañana siguiente, 27 de julio. Encontré que se había reservado un compartimento de primera clase para mí. Protesté, pero tuve que ceder.

(A primera hora de la mañana el 27 de julio tres médicos examinaron a Traynor antes de su salida de Lourdes. Su declaración dice lo siguiente:

  1. Puede caminar perfectamente.
  2. Ha recuperado el uso y la función del brazo derecho.
  3. Ha recuperado la sensibilidad en las piernas.
  4. La abertura del cráneo ha disminuido considerablemente.

No ha tenido más crisis epilépticas

Cuando Traynor se quitó el último de sus vendajes al regresar de la Gruta en la mañana del 26 de julio, encontró que todas sus llagas habían sanado.)

Cuando el tren comenzó el viaje a través de Francia, todavía me encontraba como aturdido. En una de las paradas se abrió la puerta de mi compartimento y para mi asombro vi el solideo rojo del arzobispo Keating. Entró en el compartimento y me arrodillé para que me bendijera. Me levantó diciendo: “John, creo que soy yo el que debería recibir su bendición”. No podía entender por qué dijo eso. Entonces me indicó que nos sentáramos en la cama. Mirándome dijo:

“John, ¿comprende lo enfermo que ha estado y que ha sido curado milagrosamente por la Santísima Virgen?”

Entonces todo volvió a mí, el recuerdo de mis años de enfermedad y los sufrimientos del viaje a Lourdes y lo enfermo que había estado en el mismo Lourdes. Comencé a llorar, y el Arzobispo comenzó a llorar, y ambos nos sentamos allí, llorando como dos niños. Después de una pequeña charla me calmé. Ahora era plenamente consciente de lo que había sucedido.

LLEGANDO A CASA

La noticia del milagro se había telegrafiado a los periódicos de Liverpool pero mi esposa no se había enterado. Alguien en el tren, el padre Quinlan o el padre McKinley, me dijo que debería enviarla un telegrama. No quise armar mucho lío con el telegrama, así que simplemente le envié este mensaje: “Me encuentro mejor, Jack”. Uno de los sacerdotes de nuestra parroquia, el padre Dawber, se enteró de la noticia por los periódicos y se lo contó a mi esposa, por miedo de que el shock fuera demasiado grande para ella. Por entonces el tren estaba a punto de llegar a Liverpool. Le preguntó si tenía alguna noticia sobre mí.

“Tenía una carta de una mujer de la peregrinación”, respondió, “y me perturbó bastante. Decía que Jack se estaba muriendo y que no dejaría Lourdes vivo. Pero hoy he recibido un telegrama suyo diciendo que se encuentra mejor”.

Pensaba que había vuelto simplemente a mi estado acostumbrado de mala salud, habiendo superado el peligro en el que aparentemente me encontré mientras estaba en Lourdes.

“El tren llegará pronto, Sra. Traynor”, dijo el padre Dawber, “y creo que sería bonito bajar a recibirle. Pero suponga que encuentra a Jack un poquito mejorado, ¿promete que no se va a alterar?”

“Sin duda, padre”, respondió, “Lo prometo. Y estaré feliz si lo veo mejorado”.

“Suponga que lo ve andando, ¿Sra. Traynor?”

“Padre, me temo que nunca le voy a ver andar. Pero de todos modos puede confiar en mí”.

Mi esposa bajó a la estación con un amigo, el Sr. Reitdyk. Parecía como si todo Liverpool se hubiera reunido allí. La gente se había enterado de la noticia del milagro por los periódicos de la tarde, y había venido a verme. Había policías extra de servicio para tratar con la multitud, mientras los funcionarios del ferrocarril permanecían en la entrada de la estación para evitar que la gente se precipitara sobre el tren.

Mi esposa y su amigo llegaron a la entrada de la estación con dificultad. Le dijo al oficial que ella era la Sra. Traynor y pidió que la dejaran entrar.

“Bueno”, respondió el hombre, “lo único que puedo decir es que el Sr. Traynor debe ser mahometano, porque ya hay setenta u ochenta señoras Traynor en el andén”.

Les dejó entrar de todos modos, y se quedaron a esperar en el andén. Mientras tanto, la compañía ferroviaria había decidido que lo más seguro era detener el tren fuera de la estación. Después de hacer esto el Arzobispo se dirigió a la multitud, enorme, dirigiéndoles la palabra. Les pidió que guardaran el orden y que cuando vieran a Traynor caminar por el andén se dieran por satisfechos y se dispersaran. Le aseguraron que lo harían.

Pero cuando aparecí en el andén hubo una estampida. La policía tuvo que sacar los bastones para forzar un paso para mi esposa y para mí hacia el taxi. Mi hermano recibió un golpe en la cabeza antes de que pudiera entrar en el taxi conmigo.

Volvimos a casa, y no puedo describir la alegría de mi esposa e hijos.

CURA PERMANENTE

Ahora me dedico al negocio del carbón y del transporte. Tengo cuatro camiones y una docena de hombres que trabajan para mí. Yo trabajo con ellos. Levanto sacos de carbón que pesan alrededor de 90 Kg, y puedo hacer cualquier trabajo que un hombre sano puede realizar. Pero oficialmente, ¡todavía estoy clasificado con una invalidez del 100 por cien y permanentemente incapacitado!

Nunca acepté un centavo de nadie en el momento de mi curación ni después de ella. Volví de Lourdes sin dinero, excepto por mi pensión de guerra. Nunca he aceptado dinero relacionado con mi curación, o con la publicidad que la ha seguido. Sin embargo, Nuestra Señora ha mejorado mis asuntos temporales también, y gracias a Dios y a Ella ahora estoy cómodamente situado, y mis hijos están bien provistos. Han nacido tres desde mi curación, entre ellos una niña a la que he llamado Bernadette.

Las dos chicas no católicas que me cuidaron cuando fui a Lourdes se unieron a la Iglesia como resultado de mi curación. Su familia siguió su ejemplo, y también el pastor anglicano de la iglesia que atendían. Conozco otra persona que le gustaría hacer lo mismo, un hombre casado con familia. Como resultado del milagro se han producido un gran número de conversiones en Liverpool.

Voy a Lourdes cada año a trabajar como voluntario. En alguna temporada he ido dos o tres veces.

INFORME MÉDICO FINAL

El 7 de julio de 1926, Traynor fue examinado de nuevo en Lourdes por el Dr. Vallet, presidente de la Oficina Médica, junto con otros cinco médicos, los doctores Azurdia, Finn y Marley de Liverpool, que le habían examinado antes y después de la curación en 1923, el Dr. Harrington de Preston y el Dr. Moorkens de Antwerp. No encontraron ninguna señal de epilepsia o parálisis. El brazo derecho no tenía ningún tipo de atrofia. Los músculos del pectoral y del hombro se habían restablecido completamente. La muñeca funcionaba normalmente y podía usar su mano derecha. Como ocurre frecuentemente con las curaciones de Lourdes, tenía un recordatorio de las lesiones de las que había sido liberado milagrosamente. La mano derecha está algo torcida. El antebrazo derecho es aproximadamente 1.5 cm menos grueso que el izquierdo. La única huella del agujero del cráneo era una leve depresión que podía sentirse en el hueso.

El informe oficial, publicado por la Oficina Médica de Lourdes el 2 de Octubre de 1926, declaró que “esta extraordinaria curación se encuentra totalmente fuera del alcance de la naturaleza”.

La parte más impactante de este milagro múltiple es probablemente la curación instantánea del brazo derecho. Los nervios habían estado seccionados durante ocho años. Cuatro operaciones quirúrgicas habían revelado que se encontraban realmente seccionados, y habían fallado en el intento de unirlos. Para que el brazo derecho pudiera sentir y moverse de nuevo era necesario más que una simple sutura de nervios; los nervios contraídos necesitarían un largo proceso de regeneración. Un logro que la avanzada cirugía había fracasado en realizar en cuatro ocasiones, y un proceso que requiere meses de recuperación gradual, se realizaron instantáneamente al elevar el Santísimo Sacramento sobre John Traynor.

Otro grupo de expertos testificaron, aunque inconscientemente del milagro. Eran los médicos y funcionarios del Ministerio de Pensiones de Guerra. Estos señores, después de años de exámenes, tratamiento e inspección, certificaron que John Traynor era incurable y mostraron la fuerza de su convicción otorgándole una pensión por discapacidad total para toda la vida. Nunca han revocado su decisión.

EPÍLOGO

Cuando estaba a punto de publicar este relato, me ha llegado la noticia de que John Traynor falleció la víspera de la fiesta de la Inmaculada Concepción en 1943. La causa de su muerte fue una hernia, de ninguna manera relacionada con la enfermedad y heridas de las que fue curado en Lourdes. Durante más de veinte años vivió una vida activa gracias al milagro de julio de 1923. Durante más de veinte años fue un testimonio permanente y firme del poder de Dios todopoderoso, y de la eficacia de la intercesión de María Inmaculada. En su persona presentó un argumento tangible con el cual la incredulidad no podía disputar sin ser derrotada. Para algunos este milagro ha supuesto la rendición que es en realidad una ganancia y una victoria. Otros, ha ocurrido desde el principio y va a suceder hasta el final, han huido de los hechos en una dirección o en otra.

Milagros como la curación de John Traynor son por supuesto raros, pero reales. Muestran el camino no a la liberación del sufrimiento físico, sino al resurgimiento espiritual, y a unos logros ciertamente alcanzables mediante una fe firme y un acercamiento a Jesucristo por mediación de María, madre de Dios y madre nuestra.

LDVM
I Met a Miracle: The Story of Jack Traynor
Patrick O'Connor
St. Columban's Foreign Mission Society, 1944
Publicado por Iñaki Gonzalo | Agosto de 2014
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