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La horrible flagelación de Cristo

Por José Julio Martínez

Entonces tomó Pilato a Jesús, y le hizo azotar. El Evangelio no dice más. No necesitaban más pormenores los primeros cristianos, porque bien sabían que el tormento de los azotes era horriblemente doloroso y vergonzoso.

Doloroso, por los brazos que azotaban y por los instrumentos empleados. Eran estos el flagrum y el flagelum. El flagrum consistía en dos ramales de cuero con dobles bolas de hierro en ambas puntas. El efecto que producía sobre las espaldas del condenado aparece descrito en los autores romanos con palabras que significan aplastar, machacar, contundir, destrozar. El flagelum —diminutivo de flagrum— era de nervios de buey entrelazados y armados a lo largo con huesecillos o ruedecitas de metal. Su efecto sobre las carnes era cortar, abrir, desgarrar.

Vergonzoso, por imponerse únicamente a los vencidos y a los esclavos (no a los ciudadanos romanos), después de haberles desnudado de todo el cuerpo o a lo menos de la cintura para arriba. Tormento de tanta vergüenza y dolor, que Cicerón lo llamó la mitad de la muerte, y de hecho morían a veces bajo el horrible flagelo.

Los que escapaban con vida quedaban rotos, enrojecidos, magullados, lanzando aullidos espantosos y palpitando en convulsiones de agonía.

No solo a las espaldas, sino a los brazos, pecho, piernas y todos los miembros del azotado llegaban las horribles uñas del látigo, movido por lictores sin piedad. Casos hubo en que saltaron los ojos y los dientes, y quedaron al descubierto las venas y las entrañas.

Tormento de tanta vergüenza y dolor, que el mismo Jesús, paciente y sufrido hasta lo último, cuando anunciaba la Pasión a sus amigos, no lo podía callar: —Me azotarán, me azotarán...

Y a ese tormento condena Pilato a Jesús, después de haber proclamado su inocencia, nada más que por salir del paso. Él piensa que cuando le vean triturado por los golpes, se darán por satisfechos y le dejaran marchar a su casa.

Por eso da orden de que le atormenten hasta que llegue a inspirar compasión. No necesitaban más los verdugos. Toman los azotes, los prueban, los agitan en el aire, se remangan, aprestan cuerdas y aguardan de pie junto a la columna. Es un sótano circular, al cual se desciende desde el patio del Pretorio por una escalerilla de piedra. Jesús empieza a bajar conducido por dos legionarios del ejército de Roma. Mira hacia abajo; ve el suelo con manchones de sangre seca y pisoteada, restos de otras víctimas que pasaron por allí; ve la columna baja de piedra con una argolla de hierro; ve los dos atormentadores, que le miran impasibles, mostrándole su flagrum en la mano derecha.

Cómo siente en su Corazón Jesús Nazareno aquella palabra del salmo antiguo: «Yo estoy preparado para los azotes; mi dolor está siempre ante mis ojos.»

A cada escalón que baja, va diciendo; —Padre mío, estoy preparado...

Llega. Le quitan las cuerdas de las muñecas, le mandan desnudarse, y Jesús obedece. Amarran otra vez sus manos juntas, pasan los cordeles por la argolla, dan un tirón, y queda el Hijo de Dios encorvado hacia adelante, como una res bajo el cuchillo.

Los látigos describen rápidos círculos en el aire con silbidos de amenaza. A la señal del jefe de los lictores, se lanzan con espantosa violencia sobre la espalda desnuda, y suena el primer golpe.

Jesús ha sentido vivísimo dolor. Todo su bendito cuerpo se estremece; mas persevera firme, y levanta al cielo sus ojos que se cubren de lágrimas.

Rásgase en seguida el aire y vuelven a caer restallantes y crueles sobre la espalda las correas armadas de hierro. La piel se enrojece, se rompe. Movidos por feroz porfía, cada uno de los verdugos se esfuerza por recorrer la espalda, el pecho, las piernas con el terrible instrumento.

Parece que el suelo retiembla y que el espacio se atruena con el chasquido de los azotes, mientras el cuerpo de Jesús ofrece a los ojos lastimero espectáculo y su sangre enrojece los látigos, la columna, la tierra y hasta las manos de los sayones... ¡Sangre de Cristo!

Bajo la fiera granizada, el cuerpo se ha inclinado más sobre la columna, aunque todavía se mantiene de pie; los brazos tiemblan, el Corazón late apresurado, los ojos miran arriba... ¡Padre mío, cúmplase tu voluntad...!

¡Cuánto cuesta a Jesús la reconciliación de los hombres con su Padre! Mandaba una ley judía que los que cometiesen cierta clase de pecados contra la pureza fuesen castigados con este suplicio horroroso. El Hijo de la Virgen, purísimo, santísimo, se ha puesto en nuestro lugar. ¡Cuántos y qué horrendos son los pecados de la carne: cuánto queda todavía que sufrir a Jesús!

Terminada la flagelación, sueltan las cuerdas, y Jesús cae en tierra sobre su sangre. Extiende las manos para tomar la túnica, y ellos no se la dan.

Cuando se ha vestido, le obligan a subir, le arrastran hasta un poyo [banco largo y estrecho] que hay en el atrio, llaman a los demás soldados, y allí se disponen a divertirse con el azotado, mientras llegan las órdenes de Pilato...

El terrible flagelo

Escribe Maria Teresa Rute en su libro “El rostro de Cristo. Mentiras y una verdad sobre la Sabana Santa”:

Lo mismo que en el caso de la crucifixión, los romanos utilizaban este castigo con los criminales más feroces y los esclavos que querían que fueran castigados públicamente. Tanto Séneca, como Horacio y Cicerón hacen mención de este terrible castigo horrorizados por su crueldad extrema.

Podía incluso causar la muerte del condenado a este suplicio. Los objetos arrancaban trozos de piel, o incluso de carne, llegaban a dejar al descubierto los huesos y hasta las vísceras. Las correas del flagelo, cortaban la piel como si de cuchillos se tratase. Pero además de la piel, se veían afectados, los músculos, los tendones, los nervios e incluso, en ocasiones, las vísceras caían al suelo. La hemorragia que se producía era inmensa y los mismos verdugos dejaban de pegar, pues, salpicados por la sangre, la piel u otros órganos, sentían repugnancia.

Los verdugos se llamaban “lictores”, y eran, entre la soldadesca, los más feroces sayones, podía incluso tratarse de mercenarios. Lo normal es que fueran dos los que azotaran, pero a veces ellos mismos se cansaban y había relevo, podía pues tratarse de hasta seis lictores diferentes los que intervinieran.

Los torturados podían quedar lisiados de por vida, o incluso perderla. De ahí que no fuera frecuente la utilización de flagelo con los condenados a la cruz, ya que era en la cruz, y no en otro lugar, donde debían entregar la vida con una atroz y larguísima agonía. Una vez desnudado el condenado, era atado a una columna baja.

La posición inclinada, hacía que, para mantener el, por otra parte, precario equilibrio, tuviera el torturado que separar las piernas, de este modo, toda la anatomía de la persona quedaba al descubierto y a merced del verdugo, incluso aquellas zonas que son especialmente sensibles en los varones, zona que era especialmente castigada con feroz ensañamiento. No dejaban parte del cuerpo sin torturar.

Esta tortura se puede considerar como un despellejamiento, ya que incidiendo con el látigo, llegaban a quedar grandes zonas del cuerpo desprovistas de piel. No había número de latigazos, eran los verdugos quienes lo administraban a su antojo y ensañamiento. Desde la cabeza a la planta de los pies, lo normal es que no quedara zona del cuerpo sana. Todo era una pura llaga y la sangre brotaba en abundancia.

Normalmente, los condenados no podían mantener el equilibrio y caían al suelo en los charcos de su propia sangre. En el suelo los verdugos seguían pegándo les hasta que se cansaban. Al haber ya perdido la piel protectora en muchas partes, los lictores pegaban sobre la carne viva, es difícil imaginar una tortura mayor.

En el caso del hombre de la Sábana Santa, se cuentan entre 90 y 120 latigazos repartidos por todo el cuerpo, excluyendo, la cabeza, parte de los brazos y la zona del corazón. Los verdugos sabían muy bien que incidiendo en el tórax en la zona citada, podían producir la muerte, aunque esta terrible paliza, tuvo mucho que ver con la muerte de Cristo, pues ya las lesiones internas eran irreversibles.

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Publicado por Iñaki Gonzalo | Marzo de 2024
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